El
origen del mito de la media naranja lo tenemos que buscar en Platón y su obra “El
Banquete”. En ella, Platón mostraba las enseñanzas de Aristófanes, quien
explicaba cómo al principio la raza humana era casi perfecta: "Todos los
hombres tenían formas redondas, la espalda y los costados colocados en círculo,
cuatro brazos, cuatro piernas, dos fisonomías unidas a un cuello circular y
perfectamente semejantes, una sola cabeza, que reunía estos dos semblantes
opuestos entre sí, dos orejas, dos órganos de la generación, y todo lo demás en
esta misma proporción". Estos seres podían ser de tres clases: uno,
compuesto de hombre y hombre; otro, de mujer y mujer; y un tercero, de hombre y
mujer, llamado 'andrógino'. Cuenta Aristófanes que "los cuerpos eran
robustos y vigorosos y de corazón animoso, y por esto concibieron la atrevida
idea de escalar el cielo y combatir con los dioses". Y ante aquella
osadía, Júpiter, que no quería reducir a la nada a los hombres, encontró la
solución, un medio de conservar a los hombres y hacerlos más circunspectos,
disminuir sus fuerzas: separarlos en dos. El problema surgió después:
"Hecha esta división, cada mitad hacía esfuerzos para encontrar la otra mitad
de que había sido separada; y cuando se encontraban ambas, se abrazaban y se
unían, llevadas del deseo de entrar en su antigua unidad, con ardor tal que,
abrazadas, perecían de hambre e inacción, no queriendo hacer nada la una sin la
otra".
Lo
curioso de esta historia es que lo que pretendía Platón era ridiculizar a
Aristófanes con un discurso idiota y absurdo, para luego, al final del libro,
hacer aparecer a Sócrates y reivindicarle con un discurso magnífico donde
refutaba todo lo anterior. Pero nadie se acuerda de ese discurso, nos hemos quedado
solo con el de Aristófanes. Este mito, al igual que otros paradigmas románticos,
como la historia de Romeo y Julieta, son definitivamente tóxicos, nos define a
todos como seres incompletos que sólo pueden encontrar la plenitud en el
verdadero amor, y además nos provoca ansiedad ante cualquier vicisitud y
elección amorosa. Y todo para, por lo que se indica al final del relato, acabar
muriendo de hambre e inacción.
Y
así, a pesar de todo el egotismo y cosificación cultural que padecemos ahora,
se mantiene hegemónica la idea de que el amor tiene que ser fusión, plenitud, algo definitivo
adjetivado en su exclusividad. Quizás lo hacemos porque la respuesta científica
no es suficiente, no nos sirve que nos expliquen la química del cerebro:
necesitamos trascendencia, necesitamos creer que hay algo más. Se podría decir
que el constructo actual del amor romántico es como una religión, y como tal
necesita mitos, relatos y mártires.
El amor es una práctica estética que mezcla
la poesía con una sexualidad animal que no necesita coartada. El amor es no
tener miedo a la propia mortalidad. Es la masturbación de una idea que nace en
el cuerpo del otro, formando un sentido narrativo.
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