miércoles, 30 de julio de 2014

30 de julio de 2014

Cuando ayer llegué del trabajo cansado y hambriento, con esas persistentes voces en mi cabeza pidiendo muerte, una gran matanza que incluyera a todos mis compañeros de trabajo y parte del vecindario, me volqué en la búsqueda de algún entretenimiento, de alguna serie que me salvara –al menos durante unas horas- del dislate general en el que me muevo. Así di con la nueva serie de Guillermo del Toro: “The Strain”. Soy demasiado crítico con todo, pero me tragué los tres primeros episodios subtitulados con una mezcla de placer y extrañeza. Por un lado me recuerdan a “Vinieron de dentro de...” dirigida por David Cronenberg, con toda la trama de pandemia imposible de parar. Por otro lado los vampiros son un calco del Nosferatu de Murnau: no brillan, no son atractivos y el proceso de conversión es bastante salvaje –especial mención el final del tercer capítulo.

Todo lo demás es basura. Cualquier atisbo de novedad o riesgo parece que es abortado antes de tiempo. Hay una visión cortoplacista, esa mediocridad del que asume que no va a conseguir más éxitos y alarga innecesariamente su obra. Lost, que inició una época de gloria para las series, es un buen ejemplo: podría ver varias veces las tres primeras temporadas pero a partir de ahí se convierte en un producto despreciable. Dexter a partir de la quinta temporada. Homeland con dos primeras temporadas magnificas se ha desinflado hasta la absoluta nada, y piensan seguir con ella. Héroes y Fringe, los mayores fiascos en la historia de la televisión moderna. No he logrado coger el punto a Mad Men ni a Masters Of Sex. Solo Breaking Bad lo ha conseguido: no le sobra nada, quizás algún bajón de calidad en la tercera temporada, pero no se han vendido. No le sobra ni un capítulo. Juego de Tronos, añadiendo cosas desde el respeto por la obra original y el talento de los actores. Quizás otras destacables son Californication –lo sé, es muy subjetivo-, y doctor Who, un clásico de la ciencia ficción que en su etapa con Steven Moffat está haciendo historia.

Pero el formato está cambiando. Creo que American Horror Story es una buena idea: temporadas autoconclusivas. De ahí viene también la magia de True Detective. O Black Mirror, dos temporadas de tres capítulos totalmente indispensables. Otra serie memorable es Sherlock: tres temporadas de tres capítulos. Esa es la idea, ¿por qué alargar artificialmente las cosas, no sería mejor ir a por todas, un crescendo hasta el estertor del talento? Pero claro, el dinero manda. También es la mediocridad de un público cinéfago. No estoy en contra de ver la serie Spartacus o la película “Yo, Frankenstein” siempre que luego haya también alternativas de calidad.

Ya me he aburrido de hablar de esto. Hace demasiado calor. Esto es horrible. He mirado mi cuenta en el banco y todavía no me han ingresado la nómina. Seguiré con mi dieta de aire y cerveza. El puto insomnio. La autodestrucción mostrando su pauta en la pared. La palabra madurez como una plaga de langostas. Prefiero pensar en Poe, en Berenice y sus dientes desparramándose por el suelo ante la mirada del loco. Prefiero pensar en Peter Punk buscando el significado de la nada mientras desaparecen las sirenas, los enanos, todos los pequeños héroes que daban brillo a nuestra infancia.

La bebida es un suicidio tan lento que, desde tan cerca, parece una forma de escapar de nuestra ternura.

At the Chime of a City Clock by Nick Drake on Grooveshark

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