sábado, 21 de junio de 2014

Las puertas del zoo están abiertas y parece que nadie quiere escapar.

Es mejor escribir de noche. Sin luz. Sin obligaciones o interrupciones. Con una botella de vino y unas cervezas. La soledad también ayuda. Pero, ¿de qué sirve filosofar tanto, mancharnos los dedos de tinta y dioptrías, si luego la necesidad de dinero aúlla, nos esclaviza señalando la nevera vacía, las facturas por pagar?

Pero a pesar de ello me infantilizo, me dejo arropar por la musa de ojos salvajes, obvio mis preocupaciones y empiezo a escribir. Sin más intención que el borrón y la cuenta atrás. Podría pudrir un relato sobre esa chica solitaria del autobús a la que nunca me atrevo a abordar. Romper la rutina. Hablar. Flirtear. Después de cenar y pasear insulsamente por Gran Vía culminar todo en un breve polvo en su portal. Pero no quiero aburrir con tantos lugares comunes, prefiero seguir imaginándola como una amante del bondage que mira al infinito pensando en el sabor de su último sumiso y que no quiere -ni necesita- salvar a nadie.

Las mujeres y sus coños. Necesito sacar la bestia púrpura de su escondite y jugar con ella. Masturbarme hasta la extenuación. Hasta que las agujetas sangren mis sinapsis. Hasta más allá de la explosión blanca. Hasta que lo sórdido me haga aborrecer los cuerpos, los flujos, las palabras, las imágenes y sólo quede un pequeño terror sordo detrás de la nuca que ahuyente todos los puntos suspensivos que esperan su turno detrás del reloj.

A fin de cuentas el amor es correrse demasiadas veces con el mismo idiota. Besar tus rodillas después de. Tener tanto miedo al fracaso que decides enlodarte en él como si fuera tu único hogar. Bukowski siempre tenía razón a pesar de estar equivocado: emborracharse, follar mucho, perder algo romántico e irreal cada viernes por la noche y luego exhibir la tontería supurante que nace de la insatisfacción emocional –y existencial- como si fuera un neón atrayente ansioso de público. Sois más listas que todo eso. Por eso deberíais de leerme desnudas. Gemir alto y sucio. Amar con exceso y olvidar con prontitud.

Por desgracia todavía hay luz, mis obligaciones laborales me reclaman. Luego, de madrugada, con tres, cuatro, o quizás veinte cervezas en el estómago, sin más paliativo que mi mente nublada, podré por fin descansar y decir algo coherente sobre cualquier cosa importante que necesitemos destrozar antes de que el mundo nos agote del todo.

Tango suicida by Extremoduro on Grooveshark

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